A favor de la sonrisa

A pesar de lo difícil que resulta sonreír y sostener la sonrisa durante todo un día, esta expresión no goza de buena imagen. A diferencia de otros sitios donde se lo valora en Bs. As. quien sonría muy seguido será tomado, por lo menos, por ingenuo.

Michelet decía que el cristianismo había aplastado la alegría pagana al imponer el culto a un muerto. Pero el paganismo y la alegría que podía representar no se perdieron nunca. Los humoristas, entre otros, parecen haber ocupado el lugar vacante (o bacante) con risas y sonrisas. Niní Marshall y Tía Vicenta me hicieron sonreír en la infancia; Juana Molina nos hizo sonreír a mis hijas y a mí. La revista Humor puso una lucecita en la noche de la dictadura, Humi lo hizo en las puertas de la democracia. Quino y Fontanarrosa nos hicieron desear cada entrega de sus historietas. Dos grandes paganos que a veces superaron mis límites, Fernando Peña y Peter Capusotto, nos hicieron/hacen sonreír con lo que parece imposible. Del otro lado, la amargura cultivada día a día aumenta la venta de psicofármacos y los servicios de seguridad privada. Algunos medios son expertos en promover la ansiedad persecutoria: si usted estaba tranquilo/a y creía que la vida le sonreía es solo porque no se dio cuenta que hoy debía temer ésta (u otra) catástrofe. Otros adscriben a una ideología “anarco amarga” que supone que quien rescate algo o alguien de su alrededor entrará en la categoría de “ingenuo” totalmente opuesta a la valorada de “vivito criollo”. Si bien no parece muy razonable sonreír creyendo que todo está bien alrededor es igual, o menos, razonable creer que la amargura nos aclare el entendimiento. Por diversos caminos se sostuvo el culto a la tristeza. Radmila Zygouris critica en este sentido algunos aspectos del psicoanálisis y propone dar un lugar al júbilo, entendido como goce sin objeto, que conlleva superar la sumisión, desarrollar la potencia. Sonreír, entonces, sería una muestra de autonomía, de estar bien consigo mismo sin someterse que, en quienes prefieren vivir con personas sumisas, provocaría descalificaciones, o cachetadas, para borrar ese gesto.

El año pasado quise hacer una tarjeta de fin de año con obras de arte en las que hubiera figuras sonrientes. Google no me ofreció casi ninguna de la cultura europea, sí de la china, japonesa y americana aborigen. Quizás valga la pena abrevar en otras fuentes para promoverla.

sonrisa

¡Rescatate!

El barón de Münchausen en el imaginario juvenil

Dra. Silvia Di Segni

Un grupo de jóvenes camina por la vereda. Son las seis de la mañana y está claro que vienen de una noche de alto consumo, ¿de qué?, es lo de menos. Algunos parecen más sobrios y se hacen cargo de aquel que, a duras, penas puede conseguir que su cuerpo lo siga. En una esquina hay un policía. Quienes lo ven temen problemas. Tratan de calmar al que no deja de hablar en voz muy alta pero éste grita, no se entiende lo que dice y parece a punto de vomitar a cada metro. No logran nada. Uno de sus amigos le grita: ¡Rescatate! Es una orden. El otro se calla y consigue enderezarse un poco.

¡Rescatate! es una orden interesante que aparece en el habla juvenil a fines de los años 80. Todos conocemos el significado del término rescatar, que puede tener diferentes acepciones recogidas por la Real Academia Española . La primera remite a recuperar un bien o una persona capturados por un enemigo; otra, de reminiscencias proustianas, sostiene que se puede recuperar el tiempo perdido; la tercera refiere a liberar a alguien de un daño o un peligro; la última alude a volver a poner en valor un objeto deteriorado. Es interesante notar que todas estas acepciones pueden aplicarse a una persona que abusa de sustancias. Ella es esclava de la droga o rehén del traficante, pierde lamentablemente su tiempo cuando no la vida entera, está expuesta (y expone a otros) a graves peligros y, finalmente, se convierte en una persona deteriorada que requiere una oportunidad para revalorizarse. En todos estos casos, estaremos hablando de alguien que requiere ser rescatado/a y de otra persona que rescata. Una víctima y un héroe/una heroína.

En cambio, cuando se usa en su forma reflexiva, rescatate, el término despliega otros sentidos. Y para comprender su uso no podemos apelar al diccionario de la RAE sino a otros que recogen el habla juvenil. Un artículo de la web analiza diversas definiciones. Una de ellas dada por el Glosario Okupa (creado para el exitoso programa de televisión) dice que rescatarse es disimular o recuperarse de una intoxicación química. También es guardar la compostura. Con esta acepción ocurre algo llamativo. Rescatate se desliza a recatate (porteñismo de recátate, originado en recato, recatado/a). Y recatado significa, según la RAE, “circunspecto” y “cauto”, para el hombre mientras que, para la mujer, recatada remite a “honesta” y “modesta”. Tan antigua es la palabra que cambia con el género dejando almidón y colonia de violetas en sus pliegues decimonónicos. Sería bueno rastrear cómo esta actitud colonial que alude al recato pidiendo compostura reaparecía en los sectores marginales de los que trataba Okupas. Quizás haya que reconocer que muchas personas deesos sectores marginados provienen de países como Bolivia, Perú y Paraguay que conservan una educación más tradicional y un habla mucho más hispana y rica en vocabulario que quienes los marginan. De manera que rescatate/recatate es un cruce de sentidos, etnias, marginación y disciplina rodando por la ciudad de Bs. As.

También recogiendo el habla juvenil, el diccionario Chabón sostiene que rescatate apela a tratar de adoptar una actitud responsable frente al descontrol generalizado o frente al propio descontrol abandonando el consumo de sustancias dañinas. En el caso de abandonar el consumo o controlarse deja dudas sobre si el rescate es por un breve momento o una decisión vital. Cuando se lo liga a conductas sexuales de riesgo, rescatate quiere decir, cuidate. En este caso más que una orden aparece como un consejo.

Cuando a alguien se le pide recato se está apelando a que recupere alguna capacidad de autocontrol que se supone produjo su educación o, en otros términos, que reaparezca el superyo diluido en alcohol. Pero cuando se le pide que se rescate es diferente, entonces se está apelando a lo heroico. Se le está diciendo a esa persona que es la única que puede salvarla, se la ubica en el lugar de víctima y héroe/heroína de sí mismo/a. Ya no es un llamado al sometimiento a las normas sociales (recato), es un grito al narcisismo estimulándolo a realizar una acción imposible. Esa persona tendrá que lograr, en las peores condiciones para hacerlo, sacarse del pozo. O de la ciénaga. El barón de Münchausen contaba en sus aventuras que una vez cayó en una profunda ciénaga y logró sacarse de ella, él mismo, simplemente tirando de su coleta hacia arriba. Bello disparate. Magnífica metáfora de la única manera en que una persona que abusa de sustancias puede salir adelante. En tanto profesionales sabemos que podemos acompañar esa salida, que podemos ayudar, limpiar el camino pero también tenemos claro que lo más importante es confiar en la potencia del otro y esperar que en algún momento sea capaz de rescatarse tirando de sí mismo/a.

Cuando alguien grita ¡rescatate! parece estar apuntando a varios objetivos a la vez: deja por un momento el lugar de par y se ubica en el de alguien más lúcido, más responsable, capaz de cuidar a otros (¿el adulto que falta, quizás?). Admite que, si bien el ideal de la diversión hoy en día en el imaginario juvenil es el descontrol (vamos a descontrolar es la invitación del fin de semana) todos tenemos que ser capaces de autocontrol en cierto punto. Apela a la potencia del otro/de la otra cuando ésta parece totalmente perdida. Confía en que hay algo en esa persona que puede ser movilizado atravesando vapores de alcohol, nubes de marihuana, alucinaciones de ácido y excitación de pastillas. Emite la orden ¡rescatate! esperando encontrar un resabio disciplinar que produzca la obligada respuesta.

En el imaginario juvenil conviven, al igual que en el adulto, representaciones heterogéneas, con genealogías diversas: el ideal del descontrol, la búsqueda de cierto control en ese descontrol, el intentar ocupar un lugar de adulto faltante ante quienes se están dañando, el confiar en la potencia que se ha ido diluyendo con el abuso de sustancias dañinas, la orden que discipline. Los mismos jóvenes que salen a descontrolar, que viven en la noche la ilusión de un mundo sin orden adulto piden a gritos a quienes tocan los bordes que sean capaces de rescatarse. Desde las profesiones psi sabemos que, en el creciente campo de las adicciones, a menudo es muy difícil rescatar o ayudar a hacerlo a quien no ha tocado fondo y que, cuando pueda, saldrá de la ciénaga tirando de sí mismo.

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Yo les leo, tu les lees, ellos leen

Adolescentes y libros, una relación conflictiva*

Silvia Di Segni

¿Leen los chicos? Padres y docentes nos preocupamos cuando comprobamos que muchos de ellos lo hacen poco o nada. El tema no es nuevo. En 1980, María Elena Walsh lo trataba aclarando que, en su infancia, no eran tantos los chicos que leían ni los que leían tanto. Los que lo hacían eran considerados “raros”. Lo que no era raro por entonces era ubicar al libro, se lo leyera o no, en un lugar privilegiado.

El problema se puede encarar, y lo han hecho personas muchos más idóneas que yo, desde diferentes perspectivas. Quisiera limitarme aquí sólo a dos aspectos que tienen que ver con lo que he estudiado o bien con lo que observo en mi tarea asistencial y docente. Por un lado, los cambios culturales que se gestaron en la segunda mitad del siglo XX y su influencia sobre el hábito y el placer de la lectura de libros en adultos y adolescentes; por otro, los aspectos afectivos ligados a la lectura en voz alta.

A partir de los años 50 la adolescencia sube al escenario de Occidente. Lo hace en rebeldía contra todo o casi todo lo que la burguesía había consagrado en el siglo XIX. Durante el mayo francés esto quedó claramente consagrado sobre una pared de la facultad de Derecho de Arras donde se escribió: La burguesía no tiene más placer que el de degradarlos todos. De a poco, o brutalmente, se fue demoliendo la excesiva represión sobre la sexualidad y el control de las emociones; se desechó la formalidad, la limpieza obsesiva y aún la que sería esencial para la salud; se ubicó en el lugar del esfuerzo al placer inmediato mientras grandes cambios económicos llevaban a sustituir el ahorro por el consumo. El baile de movimientos controlados y pautados fue reemplazado por movimientos que llegaron al contorsionismo; la moda almidonada y planchada perdió terreno ante el jean y las zapatillas. El rock fue la expresión más clara del fenómeno por el cual los jóvenes dejaron de imitar a sus elegantes y envarados padres de sectores medios para identificarse, en los EEUU, con un grupo discriminado, la enorme minoría pobre afroamericana. Una explosión creativa y tecnológica acompañó este proceso. La invención del Winco, aparato que podía tenerse en el dormitorio y evitar así depender del combinado familiar donde eran los padres quienes decidían sobre la música escuchada, permitió un crecimiento exponencial del fenómeno rockero y declaró la independencia de la cultura adolescente que tomó cada vez más distancia de la adulta. Los adolescentes encontrarán otros espacios y se habilitarán otros horarios para ellos. La noche se conviertió en una “ilusión liberadora” en términos de Mario Margulis, un tiempo que parecía ser sólo para jóvenes, libre de adultos tradicionales quienes, al frente del mundo de la escuela y de buena parte del trabajo, ocuparían preferentemente el día. “Ilusión liberadora” porque siguieron siendo adultos quienes gestionaron y controlaron la noche, pero un tipo particular de adultos, adultos – adolescentes. Aquellos a quienes el lenguaje popular ha llamado “adolescentones” o “pendeviejos”.

El adulto adolescente es un producto original de fines del siglo XX. Es alguien cuya adolescencia fue atravesada en los años 60, o más tarde, por el proceso que se propuso derribar la brecha generacional llevando a un vínculo que se había desarrollado bajo una verticalidad férrea a casi una total horizontalidad. Herederos de esa gesta, jóvenes de entonces que se enamoraron de la juventud y no quisieron abandonarla nunca más, fueron construyendo un espacio para mimetizarse con los verdaderos jóvenes y no envejecer. En el camino connotaron negativamente a la vejez y convirtieron el término “viejo” casi en un insulto. Para sentirse adolescente eterno es necesario renunciar a ocupar un rol adulto tal como lo hicieron todas las generaciones anteriores en su momento. Para ello se visten igual que sus hijos, viven la noche o bien trabajan en ella, consumen alcohol o drogas en la misma proporción que ellos, no ponen límites porque los consideran manifestaciones de autoritarismo, compiten con sus hijos adolescentes por parejas, por belleza o por ropas. Estos adultos han sido y , muchos siguen siendo, generadores de hechos creativos, por lo menos de una parte de la cultura vinculada al arte, imagen y al sonido sobre todo. Los actuales adultos adolescentes crecieron dentro de los medios audiovisuales y los desarrollaron en buena medida en contraposición a lo que había sido emblemático para sus padres, instruidos o analfabetos, el libro. La ilusión de eternizar la juventud se basa también en otro elemento, el culto a la velocidad. Ritmos frenéticos, más imágenes por minuto, comunicaciones más rápidas. La lentitud es sinónimo de vejez. Los viejos caminan, hablan y registran los estímulos más lentamente. La velocidad está asociada a la juventud, pero también a la superficialidad: los mensajes para ocupar poco tiempo deben ser breves y sólo los grandes pensadores han logrado ser breves y profundos.

Se genera así un conflicto entre el libro que exige tiempo, que permite profundidad y los medios audiovisuales que exigen síntesis, que consumen rápidamente los mensajes que difunden. Quienes hemos escrito algún libro y también hemos sido entrevistados en los medios vivimos la experiencia de tener todo el tiempo del mundo para pensar cada párrafo, cada página, para intentar que hubiera síntesis pero también sustento de lo que escribíamos en el papel real o el virtual de la computadora, proceso que pudo prolongarse durante meses o años y, luego, cuando nos convocaron los medios masivos, nos encontramos con alguien que quería que aplicáramos en un minuto todo ese trabajo a una situación coyuntural que poco o nada tenía que ver con lo que habíamos hecho. Se esperaba que produjéramos una frase que nadie retendría pero se ajustaría a la tiranía del tiempo y la superficialidad de la intención.

De todos modos no se puede dejar de mencionar que hay libros que surgen también como productos de la cultura adolescente. Pueden ser libros de letras musicales, libros de fotografías, biografías de músicos u otros artistas muchos excelentes o bien libros de autoayuda que desarrollan pocas ideas con muchos ejemplos y venden la ilusión de soluciones mágicas para problemas graves o bien libros de literatura predigerida, elaborados con tramas sencillas y lenguaje coloquial.

Lo que me parece necesario enfatizar es que los adolescentes de hoy, nuestros hijos, no son educados solamente por la escuela y la cultura del día o del mundo adulto. En parte o totalmente, y esto depende de cuánto nos desentendamos de ellos, son educados también por la cultura adolescente. Esto ocurrirá, nos guste o no, y no puede ser visto como un proceso negativo en su conjunto. De hecho esos chicos se convierten en muy buenos decodificadores de imágenes y entrenados oyentes de música que ponen palabras a sus emociones si no con la poesía en su forma tradicional, con letras de canciones.

¿Con qué se encuentra, entonces, un adolescente hoy cuando se enfrenta a un libro? Esto depende del adolescente y del libro, pero me interesa analizar un caso tipo, creo bastante frecuente: un adolescente que pasa por la escuela pero no incorpora mayormente la cultura adulta que ésta intenta darle, un adolescente educado básicamente por la cultura adolescente ya que su familia ha hecho poco por contrapesarla y que tiene que lidiar con un libro paradigmático de la cultura adulta, un texto clásico. Ese joven se encuentra, a mi criterio, con un serio problema de lenguaje. Si bien es vieja la costumbre adolescente de establecer una jerga propia para reconocerse y diferenciarse, la cultura adolescente hoy bien estructurada le permite vivir casi sin utilizar el lenguaje que usan la mayor parte de los otros grupos etarios y también una buena parte del mundo del trabajo. No sólo esto sino que parte de los adultos que construyen y mantienen la industria que gira alrededor de la cultura adolescente también hablan y crean ese lenguaje propio, por lo que éste aparece consagrado. Esto ocurre incluso dentro de la misma escuela ya que también hay docentes enrolados en sentirse adolescentes eternos.

La escuela media en crisis poco logra para contrapesar este proceso, los docentes y padres adolescentes no hacen más que acentuarlo. Lo cierto es que cuando el chico se enfrenta a un libro que no fue escrito contando con esas limitaciones, lo siente como un libro en idioma extranjero, imposible de leer. El adolescente se da cuenta que no comprende, que no tiene elementos para comprender el lenguaje literario. Y no lo tiene porque existe una enorme franja de propuestas que no sólo no le exige conocerlo sino que hasta le simplifica el lenguaje coloquial a niveles inverosímiles. Basta haber visto un capítulo de Okupas para darse cuenta como se puede escribir un guión exitoso con dos o tres frases elementales repetidas hasta el cansancio. Esta no es responsabilidad de los jóvenes sino de los adultos que crean para los medios. En la escuela también hay una tendencia a considerar que el español antiguo es un idioma extranjero al que los adolescentes no tienen, ni necesitan tener, acceso. Para acercar a los jóvenes a la literatura se apela a autores que dicen hablar como ellos, creencia que parece ser más de los docentes que de los jóvenes. Los chicos rechazan la literatura clásica porque no entienden el idioma y pocas veces aceptan la hecha para ellos porque no les resuena lo que dice. El otro problema que suman es que muchos tampoco están entrenados en el placer de hacer algún esfuerzo, por lo que si sintieron alguna motivación hacia la lectura de un libro de cierta dificultad, lo abandonan rápidamente ante los primeros obstáculos, como también pueden tirar la guitarra cuando sacar buenos sonidos de ella exige más que unos minutos de práctica.

El otro aspecto que quiero resaltar aquí es lo que llamaría el componente afectivo de la lectura y que, creo, tiene que ver con la lectura en voz alta. Quiero aclarar que no hablo aquí desde una investigación en el tema sino que reúno solamente algunas observaciones al respecto. Entre ellas, me resultó conmovedor encontrar en Una historia de la lectura , de Alberto Manguel el recuerdo de Saturnino Martínez, cigarrero y poeta, quien fundó en 1865 en Cuba el periódico La Aurora con el objetivo de: ilustrar, de todas las maneras posibles, a la clase social a la que está destinado. Pero su obstáculo era el analfabetismo, problema que Martínez solucionó apelando a ubicar lectores en las fábricas. Estos leían novelas, libros históricos, temas de economía política a los obreros durante las horas de trabajo. El éxito fue tan grande que el gobernador de Cuba prohibió esas lecturas en mayo de 1866 por su potencial subversivo. Esto no impidió que los trabajadores que emigraban a EEUU llevaran la costumbre del lector en la fábrica, pagado por sus propios bolsillos. Cuenta Manguel:

Tenían sus libros preferidos: El conde de Montecristo, por ejemplo, llegó a ser tan popular que un grupo de obreros escribió a Dumas, poco antes de su muerte en 1870, pidiéndole que les permitiera dar el nombre de su personaje a uno de los tipos de cigarros. El novelista francés accedió.

Estamos hablando de una época heredera del iluminismo, una época en la cual la palabra escrita en el libro o en el periódico era el instrumento por excelencia de la educación. Y la educación la herramienta estimada para el ascenso social. Los tiempos han cambiado y el lugar de la lectura en voz alta, también. Más allá de estas experiencias en lugares de trabajo, la práctica de leer en voz alta ha sido una tarea que se desarrollaba dentro de la familia y, más adelante, en la escuela. Libros religiosos, literatura, enciclopedias, algo se leía en las casas en voz alta. Hoy hay tanta gente que habla para nosotros desde la radio y la televisión, que hemos pasado a estar callados ante ellos, en las comidas, en los momentos de encuentro. Subsiste, gracias a la Pediatría y la Psicología infantil, la costumbre de llevar a dormir al niño, contarle o leerle un cuentito. Cuando se le lee a un chico antes de dormir se recoge esa tradición y se ponen en juego varios aspectos valiosos en relación a la lectura que creo útil analizar: por un lado la creación de un momento de intimidad, relajado, compartido entre el adulto y el chico. Un momento que creará la experiencia de sentirse acompañado antes de dormir. Puede o no estar asociado a un libro. Si esto ocurre supone también una iniciación a la lectura que ayuda a ir comprendiendo una trama y a ir incorporando el lenguaje literario. Creo que hay que señalar otro factor interesante: cuando se le lee en voz alta un texto literario a un chico se le va entrenando en una forma de lectura afectivizada, emotiva. Nosotros podemos poner tonos de voz que hacen que ese texto viva, que se sienta. El chico que está aprendiendo a leer no puede hacerlo todavía, cuando sea un experto en esa habilidad podrá incorporar esos tonos a su lectura silenciosa y, en ese momento, quizás ya no quiera que le lean, porque será él quien decida qué tonos dar, los que tengan más resonancia para sí mismo.

Este proceso de leerle al chico creo que está en vías de extinción. Porque no hay tiempo, porque hay sustitutos no válidos para hacerlo dormir, como la televisión o porque, mal que nos pese, muchos adultos no dan importancia a la lectura de textos literarios. También decía María Elena Walsh en el artículo mencionado al comienzo:
El niño lector, lamento decirlo, no puede surgir sino de una casa donde haya libros y se usen. No importa qué libros: recetarios, novelones, tratados, enciclopedias. Pero libros. Y que los mayores los devoren, manoseen, presten y comenten.

En otras épocas y latitudes, en toda casa había por lo menos uno: una Biblia, y solía leerse en familia. Con él bastaba y sobraba.

No podemos dejar de observar que muchos adultos hoy en día leen solamente libros técnicos ligados a sus necesidades profesionales o laborales; que muchos otros leen solamente autoayuda o literatura light. ¿Por qué considerarían importante leer otros libros a sus hijos?

Quiero acentuar qué es lo que perdemos al no hacerlo. Perdemos la posibilidad de ser trasmisores de lo que hemos recibido y valorado de nuestra cultura a nuestros hijos. Por comodidad o por no parecer viejos desvalorizamos todo ese bagaje y los dejamos huérfanos listos para ser adoptados en parte por la escuela pero sobre todo por la cultura adolescente. En ese pequeño gesto de la lectura nocturna, como en el de hacerles conocer la música que nos gusta; llevarlos a museos o exposiciones a los que no irían por sí mismos; al hablar de lo que pensamos o creemos estamos realizando, según creo, un aporte fundamental para que reciban de nosotros algo más que nuestros genes y que puedan elegir de todo ese capital cultural y del que se les propone desde afuera aquello que realmente sea valioso para ellos. Podemos ser, como los lectores del diario La Aurora, si no subversivos, por lo menos gestores de cierta capacidad crítica respecto a la cultura adolescente lo cual, creo, es una herramienta esencial para pasar a ser un consumidor de la misma en vez de ser devorado por ella.

Cuando María Elena Walsh hacía hincapié en que en su infancia tampoco era tan común que los chicos leyeran, puntualizaba con su agudeza habitual lo que he querido desarrollar aquí: si los chicos actuales no leen en buena medida es porque los chicos de entonces, los adultos actuales, no hemos valorizado esa lectura y tampoco otros aspectos de la cultura que recibimos. Hacerlo activamente representa ocupar un claro lugar adulto, significa no dejar a nuestros hijos huérfanos para ser adoptados por la escuela que no puede hacerlo o por la cultura mediática que no conviene que lo haga. No hacerlo significa dejarlos sin la herencia de un mundo que aunque vaya cambiando, también les pertenece.

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Viajes de una profesora

Silvia Di Segni

Domingo por la mañana. Caminando por el parque. Pienso las clases de mañana. ¿Cómo hablar de drogas? Recuerdo una entrevista de televisión en la cual una chica drogadicta relataba que su interés por probarlas había comenzado cuando escuchó una clase sobre el tema. Puede ocurrir que la cuestión se plantee tan rígidamente que queden mejor paradas las drogas que el docente. Uno de los defectos tradicionales es querer mostrar a las drogas como productoras de dolor olvidando que dan enorme placer cuando se consumen y que, justamente, por eso se consumen. A mi lado pasa gente corriendo, caminando, gente que quiere adelgazar, que quiere mantenerse, que quiere estar sana. Alguna parece fanática del aspecto físico, llena de cirugías y cama solar. Alguno corre y habla de negocios, cuando se sienta a descansar, fuma...

Lunes, primeras horas. Pregunto: ¿qué es una droga?. Como siempre se superponen desordenadamente las respuestas pero aparece, en medio de la confusión, la idea de que es alguna sustancia que daña al organismo. ¿El alcohol es una droga?....respuesta unánime: Noooo....drogas son la marihuana, la cocaína, la heroína, el ácido. Si yo digo que “droga” es toda sustancia química que tiene algún efecto sobre el sistema nervioso, ¿el alcohol debe ser considerado “droga”?....dudas. ¿Por qué se toma alcohol? Para divertirse, para soltarse, para pasarla mejor. Un chico aclara: tomar para divertirse en un baile no quiere decir ser adicto. No, digo pero el alcohol, ¿puede generar adicción? O, antes que eso, ¿qué significa ser “adicto”? Significa que aunque la persona sabe que algo le hace mal no puede dejarlo, como consumir cocaína o trabajar en exceso. Y ¿por qué lo haría? Son enfermos, grita una chica en medio de varios grupos que discuten entre sí. ¿Querés decir que algunas personas son enfermos y por eso se hacen adictos? Sí, gritan algunos. No, gritan otros. Yo tengo un amigo que era como yo pero se metió con un grupo que fumaba, después se pasaron al ácido y ahora está todo el día tirado, pero hace un año era igual que yo. Claro, porque vos sos un chico bueno...grita otro y todos se ríen. Cuando se calman aclaro que no se puede decir que haya una personalidad que sea la que predispone a las drogas, nadie puede estar seguro de no caer en ellas justamente porque las drogas tienen algo muy fuerte: producen placer, mucho placer o evitan dolor, por eso se las busca, por eso se sigue con ellas aún cuando ya se ve que se han perdido cosas por su culpa: afectos, trabajo, salud. Toca el timbre, les pido que piensen en eso, el problema mayor de las drogas es su enorme capacidad que tienen de producir placer. Algunos me miran como si estuviera loca.

Martes, viaje en subte. Un chico pasa repartiendo estampitas, tendrá cinco años. Una señora viaja con otro nene de la misma edad, bien vestidito, lustroso, que lleva un autito en la mano y la mochilita del jardín de infantes. El chico de las estampitas reparte sin hablar, casi mecánicamente. Parece que no le importara que le den o no monedas. Me pregunto cómo puede soportar la frustración de ver a otro, igual que él y tan desigual en sus posibilidades. En el bolsillo rotoso tiene una bolsita de polietileno, a lo mejor es de las estampitas pero, no sería raro que fuera de pegamento.

Miércoles. Tren de las 7.25. Como todos los días estarán Marta, de castellano y Luisa de física.. Marta llega corriendo, despeinada, se quedó dormida porque anoche tomó una pastilla para dormir y le hizo demasiado efecto. Luisa dice que es porque no está acostumbrada, ella las toma todos los días y apenas duerme. Pienso cuántas adicciones encubrimos los adultos mientras hablamos de los “verdaderos adictos”, los otros, lo que no somos nosotros. Colegio. Los chicos de la segunda división dicen que no entendieron mucho qué les quise decir con lo del placer que producen las drogas. Les pregunto si vieron Trainspotting, muchos la vieron. En ella, un adicto dice que el efecto que le produce la heroína es comparable a mil orgasmos. Pregunto: ¿después de inyectarse heroína, qué placer le puede producir la vida común? El problema de las drogas es que muestran una realidad virtual en la cual no hay dolor sino sólo placer, en algunos casos un enorme placer, por lo menos mientras dura su efecto. Después, por supuesto, el malestar es terrible, no se soporta nada, la vida real aparece como desabrida o bien insoportable por lo que hay que drogarse todo el tiempo para vivir. Si las drogas fueran menos efectivas serían menos peligrosas. ¿Quiere decir que sentir mucho placer es malo? Si una persona logra disfrutar mucho su vida eso es un bien que tiene pero, si para lograrlo necesita drogas, eso es efectivamente malo porque pasa a depender de ellas. ¿Qué quiere decir “depender”? Quiere decir que si no consume sufre una serie de síntomas dolorosos o penosos que varían según la droga y se llaman “síndrome de abstinencia”. El de la heroína es terrible, tal como se ve en la película.

Jueves. Viaje en colectivo. En la parada de Constituyentes sube una de matemáticas y me cuenta: Ayer, la vice de la tarde caminaba por los baños de varones de quinto y sintió un olor un poco raro, hizo entrar al ordenanza y encontró restos de pucho de marihuana. El hombre le dijo que creía que la yerba la vendía un preceptor. ¿Será cierto? No sé pero los chicos dicen que en la puerta o en la esquina casi siempre hay alguien que vende, gente joven, gente grande, algunos vestidos de traje. Buscan chicos que la pasen, que la distribuyan adentro. Alguno agarran porque aquí hay chicos que en poco tiempo se compraron una moto y, si los conocés, sabés que no trabajan y que la familia no tiene plata. ¿Y a los padres no les llama la atención? Yo creo que algunos padres ni se acuerdan como se llaman sus hijos de tan poco que se ocupan de ellos y, a lo mejor, hasta les parece muy bien que no les pidan plata. ¿Te acordás de ese de tercer año al que lo agarraron robando pasacassettes y fue a parar al reformatorio? El chico empezó jorobando con pegamentos, por divertirse, pero se quedó pegado. Después se encontró con otros que ya andaban con ácidos y pastillas, al poco tiempo se puso a robar para conseguir comprar todo lo que quería. Cuarto año lo está haciendo adentro. Adelante nuestro, un señor habla por el teléfono celular, anota en una agenda repleta algo más, mira el reloj, se enoja porque el tránsito se para unos minutos. Corta y vuelve a llamar, pelea un precio, dice que en diez minutos llega. Recibe otro llamado, dice que en media hora estará allí, se enoja porque no le tienen la lista de clientes de mañana. Corta, saca un cigarrillo que no puede prender pero mantiene entre los dedos un par de paradas hasta que, bajando los escalones se da el gusto de encenderlo.

Viernes, últimas horas. ¿Qué le pasa a una persona cuando consume habitualmente una droga: alcohol, pastillas para dormir, morfina? Necesita más para que le haga efecto. Sí, éso es lo que pasa, se dice que la persona desarrolla tolerancia a la droga y que eso le lleva a consumir cada vez más y también pasarse a drogas más fuertes. Y qué quiere decir “habitualmente”? No sé, mis viejos toman vino en la comida todas las noches, ¿son adictos?. La cuestión depende de la droga y de la cantidad. Si alguien toma de más, aún sin emborracharse, todos los días o bien se emborracha regularmente todas las noches o los fines de semana; si fuma marihuana todos los fines de semana durante todo el día o bien uno o dos porros por noche todas las noches; si no puede dormir sin pastillas; si consume cocaína para trabajar quince horas por día en todos los casos el consumo es “habitual”, y la cantidad es diferente según el riesgo que tiene la droga . En el caso de las drogas mayores, como la morfina o la heroína, la cuestión es más seria porque a las pocas dosis se crea dependencia fuerte. Si se las deja de consumir el cuerpo las reclama y la mente no aguanta sin ellas. Pero las drogas más débiles también consumen a la persona sólo que lo hacen a mediano plazo y con el riesgo de casi no darse cuenta. La Asociación de Psicólogos de EE.UU. dice que un adulto demora 10 a 15 años en hacerse alcohólico, un adolescente sólo 18 meses. Esta diferencia se basa en una personalidad menos madura, menos límites y más presiones sociales en jóvenes. El consumo de marihuana es considerado en muchas grandes ciudades de EE.UU. algo semejante al consumo de tabaco y, si bien es cierto que se discute mucho cuál hace más daño, a la marihuana se le agrega el riesgo de conectar a un chico de 13 o 14 años con un traficante en vez de un kioskero y que, al que vende, le conviene tener clientes de drogas más caras y que generen más dependencia, una manera de asegurar el negocio. Timbre de salida: Frente a la puerta hay un pasacalle rodeado de chicos que reparten volantes. Se anuncia, como todos los viernes, una fiesta: FIESTA TÓXICA, CERVEZA LIBRE, TRAGOS 2 PESOS. Voy a tomar el subte y me pregunto si se escucha algo de lo que trato de enseñar. Pienso que detrás de ese pasacalle hay adultos que ponen un local para la fiesta, adultos que venden la bebida y no controlan a quién, adultos que no inspeccionan esos bailes para ver si se vende alcohol a menores, adultos que dan plata a sus hijos para ir a emborracharse. Y del otro lado hay algunos adultos que tratan de frenar la corriente, como queriendo tapar el sol con las manos.


Estas páginas estaban tiradas sobre un asiento del subte B, un viernes por la tarde. Sirven para ilustrar cómo las drogas atraviesan, hoy en día, todos los ámbitos, entre ellos la escuela. En esta cuestión nadie está afuera, todos directa o indirectamente podemos estar involucrados: no sabiendo, no viendo, no escuchando, promoviendo o lucrando. Una forma que tenemos los adultos de borrarnos del tema es achacárselo a los jóvenes; en las últimas décadas casi hemos llegado a considerar que droga y juventud son sinónimos. Es una salida hipócrita que encubre nuestra responsabilidad, que nos alivia de ella. Es cierto que la adolescencia es fuertemente omnipotente, que es impulsiva, que busca el placer. Pero también es cierto que a los jóvenes les hemos levantado una cultura, nosotros los adultos, que pone al descontrol y al consumo en el lugar de ideal. La escuela no está afuera de esa cultura, ni puede estarlo. Los docentes son adultos atravesados por las mismas contradicciones que el resto de la sociedad. Sola no puede combatir una guerra absolutamente desigual. Las únicas armas que tiene la escuela y la sociedad en su conjunto son: admitir la propia ignorancia e informarse; admitir las propias debilidades y errores, y combatirlos; enfrentar el miedo y evitar ser cómplices.

sonrisa

El eje temático que nos planteamos para el presente número de Psignos es el de los Abordajes en Adolescencia. Para introducirnos en el tema, decidimos proponerle este encuentro a Silvia Di Segni, Doctora en Medicina (UBA), Especialista en Psiquiatría, Jefa del Dpto. de Filosofía y Psicología y Profesora de Psicología del Colegio Nacional de Buenos Aires, Coautora del libro Adolescencia, posmodernidad y escuela (reeditado en 2006 por Novedades Educativas) y autora de otras obras, entre ellas, Adultos en crisis, jóvenes a la deriva, también de Novedades Educativas.

Psignos: Para comenzar, quisiéramos que pudiera puntualizar, desde su mirada, cuáles son las características de los adolescentes de hoy y cuáles son las problemáticas que más le preocupan…

Dra. Di Segni: Una de las características por las que se puede comenzar a pensar el tema es que la adolescencia hoy tiene un lugar propio, o lugares, por los que transcurre, que serían aquellos definidos por la “cultura adolescente”. Ésta, gestionada por adultos, es heredera de aquella adolescencia de los años ´60 que produjo un cambio muy importante en la subjetividad adolescente pero que luego fue progresivamente fagocitada por el mercado de consumo. Hoy hay una innumerable oferta de objetos y servicios para los jóvenes. Entre ellos, espacios físicos: los boliches, las plazas, las calles; un tiempo, la noche, por donde desplegar esta etapa de la vida pero, ésta que aparece como libre, propia de ellos, donde todo puede ser elegido, es claramente también un espacio del poder adulto. Esto se visibiliza cuando un chico es golpeado dentro de una discoteca por un adulto de vigilancia o cuando lo discriminan o en los viajes de egresados en los que el paquete que se les vende está más relacionado al fuerte consumo de alcohol que a la naturaleza. Hay, por un lado, una representación social de adolescente más libre que nunca. Sabemos, y no deberíamos olvidar, que no es así, pero aparece de ese modo en los medios masivos, en el arte también. Por otro lado, hay una brecha bastante pequeña entre libertad y orfandad. Es cierto que los adolescentes transitan con más libertad que hace no tantas décadas pero sufren al mismo tiempo una orfandad de figuras adultas. Y aunque hoy no sea fácil definir “adulto”, porque no hay una única forma de serlo, lo que es importante es ver que los jóvenes siguen buscando y necesitando figuras adultas. Lo que se puede plantear para comenzar a pensar qué definiría a un adulto es, por un lado, haber superado el narcisismo infantil, no estar totalmente centrado en uno mismo sino poder ocuparse de otro, que es lo que los chicos necesitan. Esto no es tan sencillo en una época donde el narcisismo es promovido al extremo. Por otro lado, también supone haber aprendido a superar frustraciones y, muchas veces, no es seguro que lo hayamos logrado. Crecimos en una época en la que se abusaba de la tolerancia a la frustración, de la educación rígida, sin premios, con muchos deberes y pocos derechos. Esa generación adulta hoy, no tolera ni sus propias frustraciones y, muchos buscan de maneras socialmente más aptas que los jóvenes, medios para evadirlas: consumen pastillas recetadas, drogas legales como alcohol y tabaco. Y al mismo tiempo, toleran muy mal que sus hijos sean frustrados en algo. Una frase que causa estragos es: no quiero que a mi hijo le falte lo que me faltó a mí. Está siempre referida a lo económico y, lo que termina ocurriendo es que el chico recibe muchos objetos y poco afecto porque los padres están ocupados consiguiendo el dinero extra. Hay que tomar en cuenta, también, que nuestra generación adulta ha sido atravesada por gobiernos autoritarios y esto la lleva a homologar autoridad con autoritarismo. La institución escolar también sufre de esta confusión.

Psignos: Pensaba, en relación a la caracterización que usted hace de los adultos, que justamente se quieren diferenciar del adulto tradicional, del que imponía su autoridad con autoritarismo, pero que no encuentran otra forma de poner los límites al adolescente, un límite que es un cuidado para la constitución subjetiva, dejándolos demasiado a la deriva…

Dra. Di Segni: Para mí lo importante del límite, aquello que lo define, no es decir “no” por imponer una norma sino que permita reconocer al otro como alguien con deseos y necesidades diferentes a las mías y, por otro lado, también reconocer mis propios límites: “no puedo todo, necesito cuidarme”. Aquí tenemos varios problemas: uno es saber cuáles son los límites, encontrarlos. La realidad es muy cambiante, propone nuevos desafíos y obliga a repensarlos constantemente; por otro, cuando los encontramos también vemos que otros adultos ni piensan en ellos, no los comparten o bien los sabotean, es decir, no contamos con el consenso que tenían las generaciones anteriores; finalmente, el problema más serio es sostenerlos. Lo que los chicos respetan es que, definido un límite, se sostenga a menos que haya argumentos fuertes para cambiarlo. Adultos que permanentemente cambian de idea, que se dejan convencer por nada, que no saben qué hacer, permiten más libertad pero dejan huérfanos, provocan angustia. La vida en sociedad requiere un reconocimiento de las necesidades de los otros para poder convivir y hoy nos encontramos con chicos (y adultos) que no llegan a incorporar ese límite y adultos que no quieren reconocer que no se nace con él. Y, lo que es peor, nos encontramos con chicos diagnosticados como Trastorno por déficit de atención que, lamentablemente, han crecido sin límite alguno y que cuando molestan resulta más “cómodo” medicarlo.

Psignos: Y la pastilla sirve para tapar la angustia en el adulto…

Dra. Di Segni: La angustia que provoca, me parece a mí, al narcisismo del adulto, reconocer no haber sabido criar, educar a alguien. Hemos intentado nuevas crianzas, lo que es bueno; pero a menudo las construimos en total oposición a lo recibido, lo cual no fue bueno. Además vivimos un fuerte quiebre en la representación de adulto. Venimos de milenios de una representación de adulto muy fuerte, hegemónica, de hombre ya que, la mujer que lo acompañaba, hasta la segunda mitad del siglo XX quedaba ubicada en el lugar de hija mayor. Cuando se quiebra esa representación aparecen otras más débiles. Yo he propuesto, como estereotipos, tres: adulto tradicional, que intenta repetir el modelo de sus mayores; adulto adolescente, que intenta mantenerse él en la adolescencia y adulto inseguro, que intentamos con fuerte angustia decidir qué hacer entre esos dos extremos. Pero junto a este cambio se presentan también problemas nuevos muy interesantes. Cuando el hombre y la mujer se ubican en igualdad de condiciones: ¿cómo se sostiene la autoridad de a dos? La cultura occidental siempre ha creído que solamente se sostiene de a uno.

Psignos: Y frente a esta realidad actual, ¿cómo ven los adolescentes a los adultos de hoy?

Dra. Di Segni: Esa es una pregunta importante porque en general hablamos de cómo los vemos nosotros. Yo creo que hay bastante desconcierto, por ejemplo en la escuela, los chicos tienen a lo largo de las horas de clase, distintas subjetividades adultas que aparecen, y tienen que irse acomodando a ellas. En esta época, ellos ocupan más tiempo qué espera de mí este profesor/a, que en aprender la materia. A lo largo de un día de clases, un adulto llega a los gritos, exige que se pongan de pie cuando entra, que se sienten “como corresponde”; el que viene después llega quince minutos tarde, habla de lo que le pasó en la calle, plantea un trabajo más o menos liviano y se va; después, un tercero trata de poner orden, no puede, termina a los gritos, empieza a sancionar con la nota. Es un zapping alocado de figuras adultas que los sorprende y los jóvenes intentan elaborar estrategias de supervivencia frente a ellos. Y sienten la falta de algo razonablemente contenedor. Los adultos mostramos diversidad y hay que mantenerla; es muy bueno que seamos diversos, de ninguna manera se puede volver al modelo adulto único hegemónico del siglo XIX y primera mitad del siglo XX. Pero si compartimos ciertos acuerdos sobre cómo funcionar con los chicos, eso ya sería contenedor, les daría tranquilidad. Y eso no ocurre, ni siquiera en la familia. Aún en padres bien avenidos y que conviven puede ocurrir que sean muy diferentes, uno es tradicional y la otra adolescente o viceversa.

Psignos: Se hace difícil buscar un referente frente a tanta diversidad…

Dra. Di Segni: Muchos chicos, creo que sienten eso, una fuerte sensación de que están solos en esto. De todos modos, con esto tampoco quiero decir que vivamos en el caos ya que la mayoría de las veces logramos ciertos acuerdos, en las instituciones, en la familia que logra que nuestros chicos, la enorme mayoría, crezca saludablemente, con los problemas propios de la etapa que no hay que pasar por alto pero tampoco dramatizar.

Otra temática que me preocupa en relación a la falta de representaciones adultas es en relación a la inseguridad. La mayoría de las escuelas no hacen simulacros de evacuaciones y a mi me parece fundamental que se hagan, por varios motivos: para mostrarles que nosotros, los adultos, aprendemos de la experiencia y, sin necesidad de que haya un accidente, la ponemos a disposición de ellos para cuidarlos; por otra parte, la práctica de comprobar que, si logramos salir ordenadamente y despacio, nos cuidamos mientras que salimos corriendo nos matamos aplastados, uno encima del otro, vale tanto para un boliche, para la cancha de fútbol, un estadio, es una práctica muy formativa. Pero me han dicho en alguna escuela que los padres no quieren que esto se haga por el peligro que sienten respecto que los chicos puedan ser secuestrados al salir unos minutos a la calle durante el simulacro. Entonces nos trabamos entre nosotros, en lugar de acordar. Y seguimos sin mostrar para qué sirve capitalizar la experiencia para la prevención.

Psignos: Respecto a los imaginarios sociales de los adultos hacia los adolescentes, ¿Conviven diferentes miradas?

Dra. Di Segni: Creo que hay diferentes miradas, depende cuál sea el adulto. Para el adulto tradicional está el adolescente que se le parece y con el cual está todo bien y el otro, que por ejemplo no sigue pautas de vestimenta tradicionales, que se le vuelve temible o desagradable. Estos jóvenes, que para el adulto tradicional son temibles, para el adulto adolescente son estupendos, originales, divertidos. Los adultos inseguros, en general, tienden a tener una idealización excesiva del adolescente, pensando que transitan “la edad dorada”, cuando en muchos momentos los chicos la pasan mal. Hay una cantidad de cambios por los que atraviesan. No creo que se hallan perdido los duelos de la adolescencia en relación a esos cambios sino que se manifiestan de otra manera, quizás no pueden aparecer en la superficie, pero es una época de tal revolución interna que es imposible que los chicos lo pasen magníficamente. Y algunos padres piensan que los hijos no tienen ningún problema.

Psignos: Y habría una invitación a prolongar esa etapa adolescente…

Dra. Di Segni: Desde los jóvenes me parece que es porque no es fácil conseguir trabajo, porque las formaciones son cada vez más largas y no es tan fácil sumarse a la sociedad en un rol adulto; en algunos sectores sociales no es fácil irse de una casa donde hay muchas comodidades. También es cierto que les hemos reconocido derechos, los derechos del niño y del adolescente tienen apenas 25 años y que éstos han logrado protegerlos en algunos sectores sociales. Pero, naturalmente, también han tendido a prolongar la adolescencia, cuando hay condiciones económicas para que esto ocurra. Otro factor que la prolonga proviene de los adultos: si los chicos no crecen nunca, yo no envejezco, sigo siendo indispensable para ellos, ellos no se independizan, me necesitan.

Psignos: Y en el mientras tanto, no hay quien sostenga estas transiciones por las que tienen que atravesar…

Dra. Di Segni: Sí, pero insisto en que no hay que ser apocalíptico en esto. En esta confusión en la que vivimos donde nada está tan claro, por suerte y por desgracia -porque es mejor que no esté tan claro, pero por momentos es bastante angustiante que no lo esté - se hace mucho esfuerzo por tratar de sostener. Y la gran mayoría de nuestros chicos crece razonablemente bien y la mayoría de los adultos hace lo que puede, con afecto, aunque se equivoque, y el chico esto lo reconoce. Ahora, cuando no hay realmente adultos, no pocas veces en sectores sociales más altos donde no hay razones económicas que lo justifiquen, donde el chico se pasa solo todo el día, esos espacios los van cubriendo los pares, lo cual es razonable porque ha sido siempre más o menos así, y también la cultura adolescente. Entonces hay chicos que terminan por quedar como extranjeros entre los suyos y terminan siendo adoptados por la cultura adolescente: viven más de noche que de día, prácticamente no comparten nada con los miembros de su familia, hablan en voz baja, sin modular, con léxico adolescente que nadie entiende; escuchan una música que en su casa nadie escucha, conocen mucho de ciertas cosas de las que sus padres no tienen idea, por ejemplo de drogas. Y lo que necesitan para que esto no ocurra no es nada del otro mundo: es sentarse a conversar, invitarlos a compartir un momento. Y cuando esto ocurre, los jóvenes se sorprende y piensan: ¿le intereso?, qué raro, yo creía que no.

Psignos: Esto de vincularse, al adulto le cuesta mucho…

Dra. Di Segni: La cultura adolescente, a la cual hay que reconocerle una enorme creatividad en lo artístico, en la moda, también en tarea de tirar abajo la brecha generacional, también ha vendido que lo adulto es viejo y que hay una imposibilidad de comunicación entre lo viejo y lo adolescente. Y sin embargo, es interesante ver cómo la generación de la tercera edad se lleva muy bien con los adolescentes, aunque no tengan mucho en común. Los chicos encuentran en los abuelos a gente que tiene tiempo para contarles algo, que quiere hablar con ellos, que les quiere preguntar, que quiere saber de ellos, hay un intercambio.

Psignos: Pensando en los niveles de frustración de los adultos, ¿puede ser que sea distinto en esta tercera generación por haberse movido en mayores equilibrios de desarrollo económico y social?

Dra. Di Segni: Esto fue una representación de su época, estaba circunscrito a ciertos sectores sociales y si pensamos en las guerras en Europa durante el siglo XIX y primera mitad del siglo XX, era totalmente ilusoria. Había en el imaginario social una representación de estabilidad. Ahora es más transparente que eso no existe. Insisto, ser adulto supone tolerar razonablemente las frustraciones. Una tolerancia que permita no trasladarles a los hijos la preocupación por el éxito que uno no tuvo o los problemas que nos toca resolver a nosotros.

Psignos: En relación a este panorama que fuimos describiendo, ¿Por dónde se empieza a ordenar algo?

Dra. Di Segni: El tema es reconstruir una representación adulta, ocupar nuestro lugar como diferente, ni mejor ni peor que el de ellos. Reconocer que tenemos otra historia, otros saberes y experiencias donde hacer pie. Y sobre esa base, buscar acuerdos entre nosotros. Todos aquellos que estamos a cargo de jóvenes y de chicos tenemos que aceptar que tenemos que llegar a acuerdos. Los padres no pueden depositar a sus hijos en la escuela para que se ocupe si no acuerdan que esto es también una depositación de autoridad en ella.

Psignos: Reconociendo la autoridad de la escuela…

Dra. Di Segni: Sí y delegando en la escuela parte de su autoridad para que los represente. Se necesita partir de la base que nada está dado en este aspecto, por ejemplo la construcción de la autoridad no está dada, ni en la familia ni en la escuela, hay que construirla. Antes se establecía tan sólidamente a través la representación fuerte de adulto que llegaba el profesor a la clase y todos se paraban sin pensar que se pudiera hacer otra cosa, se los escuchaba con cierta reverencia. Esta era la imagen que había hasta los años ´50, y que se fue quebrando, lo cual está bien, es bueno que halla cambiado, pero tampoco podemos perder de vista que la autoridad es necesaria. Se trata hoy de otra representación de autoridad que no se caracteriza por la perfección de las cualidades del adulto sino por su capacidad de reconocer que puede equivocarse, que tiene que intercambiar y aprender de los chicos. Ahora, como padres, tenemos que concederles cierta autoridad a los docentes, y como docentes tenemos que aceptar que los padres tienen su parte. Tiene que haber más comunicación para poder llegar a acuerdos.

Psignos: Pensaba en la necesidad de la comunicación entre adultos y de los adultos con los adolescentes para que esto sea posible…

Dra. Di Segni: Si, absolutamente. La comunicación entre adultos se ha enrarecido enormemente. Los mediadores profesionales han aparecido para los adultos en principio, a nivel del derecho por ejemplo, porque no logramos ponernos de acuerdo entre nosotros.¿Cómo se logra un acuerdo? En una negociación hay que saber, primero de todo, qué es lo que se pierde, estar dispuesto a perder algo. Todos queremos ganar, eso lo sabemos. Si no aceptamos cuánto podemos perder, no hay negociación posible.

Psignos: No hay acuerdo posible.

Dra. Di Segni: No, no hay acuerdo posible. Y en la escuela aparece el lugar del tutor como mediador, que es heroico. Va metiéndose por donde puede, haciendo de adulto sustituto. Su espacio se ha construido porque hemos dejado un vacío ahí que alguien tenía que ocupar. Pero perdemos de vista que el tutor es una persona que ocupa ese lugar con los mismos problemas que el resto de los adultos y, desde allí, hace lo que puede.

Psignos: Me animo a decir que también, el hacer de ese rol, muchas veces no está bien definido, ni las expectativas claras…

Dra. Di Segni: Y creo que, en parte, no sé si se quiere definir mejor. Suele ser como un comodín, que hace uno de los trabajos más difíciles que hay: solucionar problemas de orden individual, grupal, institucional, familiar, social. A ningún psicólogo se le pediría algo así fuera de la escuela. Lo que me parece que ha ido surgiendo como un aporte muy importante para sostener a la escuela son los dispositivos que los tenemos en el Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires y en muchas otras localidades del país: los centros de salud relacionados con la escuela, el juez de menores y la comunidad. Estos forman un trípode donde la escuela encuentra apoyo.

Psignos: La escuela se encuentra con problemáticas que no sabe cómo manejar…

Dra. Di Segni: Y son estos otros dispositivos los que pueden darle los elementos. Estos intercambios permiten salir a preguntar, buscar respuestas, siempre que se logre un contacto muy fluido con ellos. Un contacto previo, antes de que pase algo, previendo situaciones no una intervención de urgencia cuando el mal ya está hecho.